martes, 14 de julio de 2009

Fragmento "Guitarra Negra"- Alfredo Zitarrosa

(Me olvidaba: Pequeño presente oriental)

....Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa... Hoy por la tarde anduvo, entre papeles, averiguando cómo he sido, cómo ha sido mi vida, cuánto tiempo perdí, cómo escribía cuando había verduleros que venían de las quintas, cuando tenía dos novias, un lindo jopo, dos pares de zapatos, cuando no había televisión, ese mundo a los pies, violento, imbécil, abrumador, esa novela canallesca escrita por un loco... Hoy anduvo la muerte entre mis libros buscando mi pasado, buscando los veranos del 40, los muchachitos bajo la manguera, las siestas clandestinas, los plátanos del barrio, asesinados, tallados en el alma... Hoy anduvo la muerte revisando mi abono del tranvía mis amigos, sus nombres, las noches de café Montevideo, las encomiendas por la Onda con olor a estofado, revisando a mi padre, su Berreta, su Baldomir, revisando a mi madre, su hemiplejia, al Uruguay batllista, a Aristides querido, a mis anarcos queridos bajo bandera, bajo mortaja, bajo vinos y versos interminables... Hoy anduvo la muerte revisando los ruidos del teléfono, distintos bajo los dedos indices, las fotos, el termómetro, los muertos y los vivos, los pálidos fantasmas que me habitan, sus pies y manos múltiples, sus ojos y sus dientes, bajo sospecha de subversión... Y no halló nada... No pudo hallar a Batlle, ni a mi padre ni a mi madre, ni a Marx, ni a Aristides, ni a Lenin, ni al Principe Kropotkin, ni al Uruguay ni a nadie. Ni a los muertos Fernández más recientes... A mi tampoco me encontró... Yo había tomado un ómnibus al Cerro e iba sentado al lado de la vida... Pasé frente al Nocturno y la vida había pintado unos carteles... Pregunté en una esquina por la hora, y en la bolsa del hombre que me dijo la hora iba la vida, junto con su almuerzo... Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas... Y la noche entrará por todas las ventanas de mi casa, por todas las ventanas de todo el barrio, por todas las ventanas de todos los cuarteles y de todas las cárceles, por todas las ventanas de los hospitales... La noche entrará, cabeceando, saltará para adentro, sombra a sombra a la luz del farol... Y se echará en el piso como un perro... Y aguardará hasta la madrugada... Hoy... Dejaré las puertas y las ventanas de mi casa, abiertas, para siempre...
... Mi corazón está mejor sitiado que mi casa... Mi casa, más cercada que mi barrio... Mi barrio, cercado por mi pueblo... En mi barrio vive el Presidente, cercado por un muro casi derrumbado...

Incógnitas embarcadas


Clarisa querida,
Tomo una pluma rodeada de aguas turbias y envuelta en el Río de la Plata, encapsulada en la mitad de la noche –porque a las siete de la tarde ya no se ve ninguna luz-, en el medio del río, en el piso del medio de este shopping gigante que es el Eladia Isabel, me pregunto la misma pregunta que todos los navegantes, aunque sus ansiedad no les permita saberlo, se repiten a sí mismos cada vez que abordan alguno de los monopólicos barcos-colectivos: ¿por qué la embarcación tiene siempre nombre de mujer?. En este tiempo, que es mucho en un recorrido de 150 kilómetros a 11 nudos, he recuperado tres teorías explicativas sobre esta particularidad. A saber:
1. A partir de la vieja concepción machista de cosificación femenina (Toda mujer es definida por a. su falta y b. su funcionalidad) y de un cuidadoso estudio analítico sobre el fetichismo humano, en 1690, Karl Johan Humboldt (ferviente pre-positivista adicto a las generalizaciones) establece la Ley del Objeto Femenino, enunciada como: Todo objeto que se encuentre falto de algún componente y que posea una determinada funcionalidad es necesariamente de género femenino.
2. Sobre la base de la ya arraigada creencia popular sobre las homogéneas preferencias sexuales de los marineros, la legendaria UMDPM (Unión de Mujeres Desesperadas del/por el Personal Marítimo) decidió utilizar una táctica de contra ataque contra las olas de rumores y campañas publicitarias que desprestigiaban las dotes femeninas de sus afiliadas e incorporó el decreto 197bis en donde asume y regula la denominación de las embarcaciones de sus maridos, por supuesto bajo nombres que no remitan a ninguna mujer específica sino al total del género. (Esto explicaría, a mi entender, la utilización de nombres del estilo de Eladia Isabel, Patricia Alba II, o Albaysin)
3. En el Gran libro de mitos y secretos marinos, Stephanie Davison rescata una antigua leyenda repetida tanto por capitanes como marineros de todas partes del mundo: “… dicen estas lenguas conocedoras que el mismo Dios/a del Mar (según la región, el nombre de éste puede variar entre Yemanyá, Poseidón, o Hai Re y su mujer Matsu) concedió a los hombres el deseo de transitar por todas las aguas de la Tierra con la única condición de que cada embarcación entregue un tributo a cambio: una mujer madura ofrendada a las fauces del océano.”. La leyenda cuenta, según dice Stephanie Davinson páginas después, que, para subsanar los sacrificios, los marineros decidieron honrar a las víctimas, usando sus nombres para denominar las embarcaciones.
Espero haber arrojado claridad sobre alguna de las miles de dudas que abruman a los viajeros platenses, yo misma incluida, compartiendo con usted mis más serias averiguaciones.
Totales respetos a su disposición,
Srta. Marilina

Plat du jour


I shall never get you put together entirely,
Pieced, glued, and properly jointed.
Mule-bray, pig-grunt and bawdy cackles
Proceed from your great lips.
It's worse than a barnyard.
Perhaps you consider yourself an oracle,
Mouthpiece of the dead, or of some god or
other.
Thirty years now I have labored
To dredge the silt from your throat.
I am none the wiser.

Scaling little ladders with glue pots and pails
of lysol
I crawl like an ant in mourning
Over the weedy acres of your brow
To mend the immense skull plates and clear
The bald, white tumuli of your eyes.

A blue sky out of the Oresteia
Arches above us. O father, all by yourself
You are pithy and historical as the Roman
Forum.
I open my lunch on a hill of black cypress.
Your fluted bones and acanthine hair are
littered

In their old anarchy to the horizon-line.
It would take more than a lightning-stroke
To create such a ruin.
Nights, I squat in the cornucopia
Of your left ear, out of the wind,

Counting the red stars and those of plum-
color.
The sun rises under the pillar of your tongue.
My hours are married to shadow.
No longer do I listen for the scrape of a keel
On the blank stones of the landing.


The Colossus, Sylvia Plath

lunes, 13 de julio de 2009

EZLN
















Abajo y a la izquierda está el corazón,

Marilina querida,


vaya qué mañana helada elijo para contestarte, para tener los dedos flacos desnudos sobre el teclado (oxímoron extraño el de valerme del género epistolar mirando al mismo tiempo esta gran pantalla adornada por la manzana mordida/prohibida -siempre se ha hablado de la tentación de tener una de estas, hete aquí el símbolo-). Y sea como sea, aquí estoy.
Creo que nos viene al pelo el tema que mencionaste de la vejez prematura. A veces nos siento dos viejas criticonas, pero de esas graciosas que a todos hacen reír y que todos creen inteligentes mujeres llenas de misterios y experiencias de vida. O eso, o quedarnos en casa viendo películas simpáticas sin nudo y con personajes en camas elásticas. Ninguna vieja saltaría con tanta altura (ni tan alto). Debemos encontrar un par de camas elásticas. Voy a salir a la búsqueda.
Cambiando rápido de tema -y esto se puede hacer maravillosamente en el género epistolar debido a la necesidad y urgencia de tocar todos los temas antes de que las velas no ardan (o cierre la oficina postal), cuidando de no olvidarse ningún tópico obligatorio-, ayer pensaba en la amabilidad de los Uruguayos, pero también en esa cierta melancolía que dicen que tienen. Me pregunté: ¿la cajera del supermercado te dice "Pase bien" cuando te estás yendo con tus bolsas? Y si te lo dice, ¿con qué cara? Puede parecerte un tema estúpido, pero siendo vos, querida, nuestra corresponsal en el Cercano Oriente, tendríamos que saber qué halo cubre a estos vecinos cuando caminan por la 18 de Julio (Fue ese el día de la Independencia? Se me ocurre ya que termina (o empieza) en la Plaza que lleva el nombre).
Te dejo ya, Marilina, tomate unos matecitos con Romeo, pero volvé a la gran ciudad.
Clarisa.

lunes, 6 de julio de 2009

Una cuestión de género


Querida,
Y sí. La verdad es que el género epistolar, aunque queramos negarlo, ha sufrido un desbarajuste, una desincronización, una desaceitización que lo hace chillar como loco, pobre, cada vez que queremos practicarlo. Pero no es cuestión de andarse con lamentos porque ya dijo alguien que la tristeza es reaccionaria o incluso peor, dijo otro, que lo que parece reaccionario no es más que una vejez prematura y ahí sí, querida, estamos en problemas. Entonces, digo yo que en lugar de llenarnos la cabeza de imposibilidades, nos la llenemos con imposibles y hagamos un último esfuercito por revalorizar esa cosa tan linda que eran los papeles perfumados, los sellos y las estampillas. Aunque sea en redes de plasma.
Todo mi aprecio espera –exige- tu respuesta,
Srta Marilina

jueves, 2 de julio de 2009

La peste bubónica

Corría el año mil novecientos dieciocho cuando, en trágica seguidilla , una serie de jóvenes estudiantes de la University of Kentuky –casa de bajos estudios conocida por la recepción de soberbios sin talento- fallecía en forma repentina por un virus desconocido que ni un puerco hubiera osado denominar gripe norteamericana.

El nueve de julio de dosmilsiete, mientras la Ciudad de Buenos Aires se cubría con un inesperado manto de nieve amarronada y los niños en trineos atravesaban pobladas avenidas, a doscientos kilómetros del D.F, la T.B.A.R (Thompson Brothers Animals Raising) instalaba –tijera, cinta y aplauso de por medio- la primera sede de lo que, de seguro, sería un verdadero imperio de excelencia animal.

El primero de julio de dosmilnueve, preocupada por los pormenores de la peste bubónica, la señorita Marilina desarrollaba finales posibles para la película catástrofe del momento, éxito taquillero en las principales capitales del hemisferio Norte.

102. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont.

PP. de los ojos cerrados de Mariluz (va abriendo de a poco) pálida la tez de muerte, prominente boca más roja que nunca, ondulado cabello negro disperso sobre el duro pavimento. (Abre todavía más)

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Fantasmas de hombres y mujeres se desplazan alrededor de ella en forma circular (léase: ambigüedad de las figuras que están completamente cubiertas por guardapolvos y barbijos).

102B. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont.

A lo lejos, el cuerpo de Mariluz, oscuro vestido negro que contrasta con su hermoso cabello rubio, se distingue acostado sobre la calle. De pie junto a ella, el cuerpo del pequño José -a quien el cauto ya vio en la escena 33-. Nos acercamos hasta llegar al rostro del niño,que derrama una única lágrima.

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Repentinamente, la tristeza en sus ojitos se transforma en asombro (la cámara gira hasta poner en plano a Mariluz): la hermosa figura es arropada por un aura luminosa y ella, cual verdadera resurrección, abre los ojos y sonríe.

102C. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont

La silenciosa ciudad se ve interrumpida por los pasos corridos de Edgardo, balanceo de su melena sobre los hombros, ojos desconcertados y lagrimeantes. Corre por las calles desiertas hasta llegar al lugar en donde Mariluz, tiesa figura en el suelo, rojos cabellos de sangre, descansa para siempre.

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Edgardo se detiene frente a ella. Se agacha y, desesperado como sólo un hombre enamorado podría estarlo, la toma en sus fornidos brazos, las piernas de la niña caen gomosas.

EDGARGO

(mirando hacia el cielo) ¡¡¡No!!!

FIN[1]



[1] En este momento, la señorita Marilina piensa, detalle luminoso, que es nada menos que el individualismo reinante el que obliga a cada hombre a pensar el mundo bajo la inminente supervivencia de su protagonismo.