jueves, 2 de julio de 2009

La peste bubónica

Corría el año mil novecientos dieciocho cuando, en trágica seguidilla , una serie de jóvenes estudiantes de la University of Kentuky –casa de bajos estudios conocida por la recepción de soberbios sin talento- fallecía en forma repentina por un virus desconocido que ni un puerco hubiera osado denominar gripe norteamericana.

El nueve de julio de dosmilsiete, mientras la Ciudad de Buenos Aires se cubría con un inesperado manto de nieve amarronada y los niños en trineos atravesaban pobladas avenidas, a doscientos kilómetros del D.F, la T.B.A.R (Thompson Brothers Animals Raising) instalaba –tijera, cinta y aplauso de por medio- la primera sede de lo que, de seguro, sería un verdadero imperio de excelencia animal.

El primero de julio de dosmilnueve, preocupada por los pormenores de la peste bubónica, la señorita Marilina desarrollaba finales posibles para la película catástrofe del momento, éxito taquillero en las principales capitales del hemisferio Norte.

102. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont.

PP. de los ojos cerrados de Mariluz (va abriendo de a poco) pálida la tez de muerte, prominente boca más roja que nunca, ondulado cabello negro disperso sobre el duro pavimento. (Abre todavía más)

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Fantasmas de hombres y mujeres se desplazan alrededor de ella en forma circular (léase: ambigüedad de las figuras que están completamente cubiertas por guardapolvos y barbijos).

102B. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont.

A lo lejos, el cuerpo de Mariluz, oscuro vestido negro que contrasta con su hermoso cabello rubio, se distingue acostado sobre la calle. De pie junto a ella, el cuerpo del pequño José -a quien el cauto ya vio en la escena 33-. Nos acercamos hasta llegar al rostro del niño,que derrama una única lágrima.

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Repentinamente, la tristeza en sus ojitos se transforma en asombro (la cámara gira hasta poner en plano a Mariluz): la hermosa figura es arropada por un aura luminosa y ella, cual verdadera resurrección, abre los ojos y sonríe.

102C. Ext. Calle de Buenos Aires. Noche. Cont

La silenciosa ciudad se ve interrumpida por los pasos corridos de Edgardo, balanceo de su melena sobre los hombros, ojos desconcertados y lagrimeantes. Corre por las calles desiertas hasta llegar al lugar en donde Mariluz, tiesa figura en el suelo, rojos cabellos de sangre, descansa para siempre.

Comienza una música estridente que tapa de a poco los gritos y ambulancias.

Edgardo se detiene frente a ella. Se agacha y, desesperado como sólo un hombre enamorado podría estarlo, la toma en sus fornidos brazos, las piernas de la niña caen gomosas.

EDGARGO

(mirando hacia el cielo) ¡¡¡No!!!

FIN[1]



[1] En este momento, la señorita Marilina piensa, detalle luminoso, que es nada menos que el individualismo reinante el que obliga a cada hombre a pensar el mundo bajo la inminente supervivencia de su protagonismo.

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