martes, 14 de julio de 2009

Incógnitas embarcadas


Clarisa querida,
Tomo una pluma rodeada de aguas turbias y envuelta en el Río de la Plata, encapsulada en la mitad de la noche –porque a las siete de la tarde ya no se ve ninguna luz-, en el medio del río, en el piso del medio de este shopping gigante que es el Eladia Isabel, me pregunto la misma pregunta que todos los navegantes, aunque sus ansiedad no les permita saberlo, se repiten a sí mismos cada vez que abordan alguno de los monopólicos barcos-colectivos: ¿por qué la embarcación tiene siempre nombre de mujer?. En este tiempo, que es mucho en un recorrido de 150 kilómetros a 11 nudos, he recuperado tres teorías explicativas sobre esta particularidad. A saber:
1. A partir de la vieja concepción machista de cosificación femenina (Toda mujer es definida por a. su falta y b. su funcionalidad) y de un cuidadoso estudio analítico sobre el fetichismo humano, en 1690, Karl Johan Humboldt (ferviente pre-positivista adicto a las generalizaciones) establece la Ley del Objeto Femenino, enunciada como: Todo objeto que se encuentre falto de algún componente y que posea una determinada funcionalidad es necesariamente de género femenino.
2. Sobre la base de la ya arraigada creencia popular sobre las homogéneas preferencias sexuales de los marineros, la legendaria UMDPM (Unión de Mujeres Desesperadas del/por el Personal Marítimo) decidió utilizar una táctica de contra ataque contra las olas de rumores y campañas publicitarias que desprestigiaban las dotes femeninas de sus afiliadas e incorporó el decreto 197bis en donde asume y regula la denominación de las embarcaciones de sus maridos, por supuesto bajo nombres que no remitan a ninguna mujer específica sino al total del género. (Esto explicaría, a mi entender, la utilización de nombres del estilo de Eladia Isabel, Patricia Alba II, o Albaysin)
3. En el Gran libro de mitos y secretos marinos, Stephanie Davison rescata una antigua leyenda repetida tanto por capitanes como marineros de todas partes del mundo: “… dicen estas lenguas conocedoras que el mismo Dios/a del Mar (según la región, el nombre de éste puede variar entre Yemanyá, Poseidón, o Hai Re y su mujer Matsu) concedió a los hombres el deseo de transitar por todas las aguas de la Tierra con la única condición de que cada embarcación entregue un tributo a cambio: una mujer madura ofrendada a las fauces del océano.”. La leyenda cuenta, según dice Stephanie Davinson páginas después, que, para subsanar los sacrificios, los marineros decidieron honrar a las víctimas, usando sus nombres para denominar las embarcaciones.
Espero haber arrojado claridad sobre alguna de las miles de dudas que abruman a los viajeros platenses, yo misma incluida, compartiendo con usted mis más serias averiguaciones.
Totales respetos a su disposición,
Srta. Marilina

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